miércoles, 30 de abril de 2008

poesía y economía

En la lengua, como en la vida -diría yo-, todo lo que no es economía es poesía, e incluso mucho de lo que es economía es poesía también.

El caso es que nos enseñaron que las lenguas evolucionan por razón de la Ley de la economía lingüística. Y, sin embargo, cuántos usos sincrónicos se explican por el puro placer de prolongar la palabra no por nada sino por el gustazo de la palabra misma. O sea: por causa de la inflación lingüística (sintagma que yo jamás había oído, pero que descubro ahora que tiene 215 resultados en Google). Hablar es un placer genial, sensual: Dame el humo de tu boca / Anda, que así me vuelvo loca / Corre que quiero enloquecer / de placer, /sintiendo ese calor / del humo embriagador / que acaba por prender / la llama ardiente del amor.

De modo que en adelante, cuando mencionemos la Ley de la economía lingüística (que formuló Martinet aplicada al cambio fonético en 1955), lo tenemos que hacer pensando en toda la dimensión del término economía, que incluye la inflación como fenómeno económico. Así, la inflación lingüística consistiría en multiplicar palabras sin añadir significados.

A eso somos muy dados en la lengua española. Y nos gusta especialmente añadir una especie de eco en forma de nombre propio y como si fuera un vocativo, a una frase corriente. Como los hallazgos gustan, el fenómeno se va copiando y generalizándose:


  • Que si tal, que si Pascual. Porque decir: "Que si tal, que si cual" es un placer demasiado breve y demasiado común.
  • Escupe, Guadalupe. Para decir: "¡Pero dímelo ya de una vez!
  • Te lo juro por Arturo. Que ya es jurar.
  • Que te he visto, Evaristo. No pienses que me engañas
  • Qué nivel, Maribel. Qué maravilla.
  • OK, Mckey. Aquí caben todos.
  • ¡Ay qué cruz, Maricruz! La compañía siempre se agradece en las adversidades.
  • En fin, Pilarín. Para qué hablar.
  • Te jodes como Herodes. Pues sí, se tuvo que fastidiar, hace ya más de 2000 años, pese a todas las drásticas medidas que tomó.
  • A ratos, como Pilatos. Esto no lo cuenta el Evangelio de Mateo; aunque no estaba de acuerdo, no titubeó: sólo se lavó las manos.
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Nota: Gracias al comentario y a las aportaciones de Pepita, he sacado por fin esta entrada del borrador: ¡Gracias!

viernes, 11 de abril de 2008

respuestas rimadas, adolescencias

Más que del lenguaje infantil, estos fenómenos lingüísticos son típicos de la edad del pavo. Por eso muchos de ellos hacen referencia a las partes de la anatomía humana que más intrigan a esa edad.


  1. El bromista elige al más primo, y le fuerza a decir una palabra determinada, para luego espetarle el ripio: -Oye, esto..., ¿cómo se dice, que se me ha ido? ¿Cómo se dice eso que se abre en el tejado para que entre la luz? Lo tengo en la punta de la lengua: clara..., clara... Y el pardillo elegido va y responde : -Claraboya. Y ya está: eso que rima con claraboya.

  2. -¿Sabes lo que te digo? Y el interlocutor responde, haciendo caer sobre su ingenuo interlocutor toda la dimensión de la estupidez semántica de semejante pregunta: -Que una pera no es un higo. Lo que se dice un verdadero cortocircuito fático. Hay más: -¿Sabes una cosa? / -Que si es casada ya no es moza

  3. Y aquí un ejemplo de broma sin gracia del tipico graciosillo de turno: El alma cándida protagonista comete el error de invitar al otro a casa, y le dice: -¡Anda, vente! Y el otro responde: -30, 40, 50...
  4. -¿Eres poeta? Se espera que el interlocutor diga que no para continuar:-Pues súbete la bragueta

  5. El más gallito del grupo fuerza con preguntas evidentes a su ingenuo interlocutor a que responda "cinco", ¡y ya está!, automáticamente la burla y la respuesta, que a su vez puede originar una nueva serie de ricos intercambios (... y a tu madre me la trinco... ... y en tu chepa salto y brinco... ). Éste fósil lingüístico (de los muchos que quedan de épocas pasadas, donde la represión toleraba y generaba estos exabruptos) es uno de los más exitosos, y uno de los pocos que se ha adaptado con éxito a las nuevas tecnologías.

En otro sitio ya hemos recogido alguna muestra de este fenómento en el lenguaje publicitario que ha pasado a la cultura popular: -¿Qué tal? / -Muy bien, con okal ,-¿Qué dices? /-Que te fagorices.