domingo, 6 de diciembre de 2009

personajes de la cultura popular importados

La cultura popular del siglo pasado, que para nosotros empezó por el cine (Clark Gable (klar gable], Marilín Monroe, the end [te en]) y siguió con la música (Tom Jones, ye ye), ha ido dejando también personajes perdidos en la lengua, personajes de rara fonética, que entran a convivir, como Pedro por su casa, con los otros tradicionales, y se han hecho, como ellos, su frase hecha, su cabaña propia.

De modo que si alguien dice: "¡La cagaste!" es muy difícil que pare ahí y no añada como vocativo automático "Burlancaster": "La cagaste, Burt Lancaster", frase que aumentó su popularidad gracias al segundo disco de Hombres G (1986), que además incluía una canción titulada "Él es... Rita la cantaora" y otra titulada "Indiana" (de Indiana Jones, claro); según veo en Internet, en ese disco no está la canción del mismo título.

Lo mismo que para decir "efectivamente" muchos dicen "efestivi wonder" o "efectiviwonder" o incluso "efectiviguonder"; parece que, aunque debería, no acaba de pasar de moda.

La señorita Rotenmeyer la pobre, sin embargo, no tiene rima. Sólo se está transformando lentamente en adjetivo (a Google me remito).

En fin, seguro que hay alguno más que se me olvida (los proverbiales recursos de MacGyver, por ejemplo).

miércoles, 30 de abril de 2008

poesía y economía

En la lengua, como en la vida -diría yo-, todo lo que no es economía es poesía, e incluso mucho de lo que es economía es poesía también.

El caso es que nos enseñaron que las lenguas evolucionan por razón de la Ley de la economía lingüística. Y, sin embargo, cuántos usos sincrónicos se explican por el puro placer de prolongar la palabra no por nada sino por el gustazo de la palabra misma. O sea: por causa de la inflación lingüística (sintagma que yo jamás había oído, pero que descubro ahora que tiene 215 resultados en Google). Hablar es un placer genial, sensual: Dame el humo de tu boca / Anda, que así me vuelvo loca / Corre que quiero enloquecer / de placer, /sintiendo ese calor / del humo embriagador / que acaba por prender / la llama ardiente del amor.

De modo que en adelante, cuando mencionemos la Ley de la economía lingüística (que formuló Martinet aplicada al cambio fonético en 1955), lo tenemos que hacer pensando en toda la dimensión del término economía, que incluye la inflación como fenómeno económico. Así, la inflación lingüística consistiría en multiplicar palabras sin añadir significados.

A eso somos muy dados en la lengua española. Y nos gusta especialmente añadir una especie de eco en forma de nombre propio y como si fuera un vocativo, a una frase corriente. Como los hallazgos gustan, el fenómeno se va copiando y generalizándose:


  • Que si tal, que si Pascual. Porque decir: "Que si tal, que si cual" es un placer demasiado breve y demasiado común.
  • Escupe, Guadalupe. Para decir: "¡Pero dímelo ya de una vez!
  • Te lo juro por Arturo. Que ya es jurar.
  • Que te he visto, Evaristo. No pienses que me engañas
  • Qué nivel, Maribel. Qué maravilla.
  • OK, Mckey. Aquí caben todos.
  • ¡Ay qué cruz, Maricruz! La compañía siempre se agradece en las adversidades.
  • En fin, Pilarín. Para qué hablar.
  • Te jodes como Herodes. Pues sí, se tuvo que fastidiar, hace ya más de 2000 años, pese a todas las drásticas medidas que tomó.
  • A ratos, como Pilatos. Esto no lo cuenta el Evangelio de Mateo; aunque no estaba de acuerdo, no titubeó: sólo se lavó las manos.
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Nota: Gracias al comentario y a las aportaciones de Pepita, he sacado por fin esta entrada del borrador: ¡Gracias!

viernes, 11 de abril de 2008

respuestas rimadas, adolescencias

Más que del lenguaje infantil, estos fenómenos lingüísticos son típicos de la edad del pavo. Por eso muchos de ellos hacen referencia a las partes de la anatomía humana que más intrigan a esa edad.


  1. El bromista elige al más primo, y le fuerza a decir una palabra determinada, para luego espetarle el ripio: -Oye, esto..., ¿cómo se dice, que se me ha ido? ¿Cómo se dice eso que se abre en el tejado para que entre la luz? Lo tengo en la punta de la lengua: clara..., clara... Y el pardillo elegido va y responde : -Claraboya. Y ya está: eso que rima con claraboya.

  2. -¿Sabes lo que te digo? Y el interlocutor responde, haciendo caer sobre su ingenuo interlocutor toda la dimensión de la estupidez semántica de semejante pregunta: -Que una pera no es un higo. Lo que se dice un verdadero cortocircuito fático. Hay más: -¿Sabes una cosa? / -Que si es casada ya no es moza

  3. Y aquí un ejemplo de broma sin gracia del tipico graciosillo de turno: El alma cándida protagonista comete el error de invitar al otro a casa, y le dice: -¡Anda, vente! Y el otro responde: -30, 40, 50...
  4. -¿Eres poeta? Se espera que el interlocutor diga que no para continuar:-Pues súbete la bragueta

  5. El más gallito del grupo fuerza con preguntas evidentes a su ingenuo interlocutor a que responda "cinco", ¡y ya está!, automáticamente la burla y la respuesta, que a su vez puede originar una nueva serie de ricos intercambios (... y a tu madre me la trinco... ... y en tu chepa salto y brinco... ). Éste fósil lingüístico (de los muchos que quedan de épocas pasadas, donde la represión toleraba y generaba estos exabruptos) es uno de los más exitosos, y uno de los pocos que se ha adaptado con éxito a las nuevas tecnologías.

En otro sitio ya hemos recogido alguna muestra de este fenómento en el lenguaje publicitario que ha pasado a la cultura popular: -¿Qué tal? / -Muy bien, con okal ,-¿Qué dices? /-Que te fagorices.

martes, 22 de mayo de 2007

Donde dije "digo"

Todas las lenguas, y también el español, tienen refranes y frases hechas que permiten referirse a las palabras dichas (o no dichas) por uno mismo o por otros, sin reproducirlas literalmente. Hacerlo así permite expresar, por encima de las palabras dichas o del silencio, el valor les que damos o las intenciones que les suponemos, valorando el acto y el modo de decir o no decir por encima de lo dicho (o callado).

  1. En boca cerrada no entran moscas
    Quien no habla, no se compromete, y corre menos peligros. Saber callar es un síntoma de astucia e inteligencia, pues, ya se sabe: “Por la boca muere el pez”.
  2. No decir esta boca es mía, o No decir ni pío (o ni mu)
    No decir nada mientras los demás hablan; también empleamos esta expresión cuando consideramos que alguien permanece culpable o interesadamente callado en una situación en la que, a nuestro juicio, debería implicarse y hablar.
  3. Morderse la lengua
    A veces, por el contrario, valoramos positivamente la capacidad de controlarse y no decir todo aquello que pudiera decirse. La vida, cruelmente en muchos casos, nos enseña que a veces es mejor morderse la lengua y callar, para no lamentarlo después.
  4. Salir por los cerros de Úbeda
    Con esta expresión valoramos que lo que ha dicho alguien no viene a cuento, nada tiene que ver con el tema de conversación. En lugar de ir por el camino, ir por los cerros repletos de olivos de la ciudad de Úbeda (Jaén, Andalucía, España).
  5. Donde dije “digo”, digo “Diego”
    Lo decimos cuando una persona se desdice de sus palabras, o incluso no admite haberlas pronunciado nunca tal y como los demás las recuerdan. Es una frase que subraya la incoherencia de la persona y su falta de compromiso con sus propias palabras.
  6. Decir con la boca pequeña
    Cuando una persona admite algo “a regañadientes”. Cuando adivinamos que una persona no se compromete del todo con sus palabras, o que no dice las cosas exactamente como las piensa.
  7. Poner verde, poner de vuelta y media, poner a parir, poner a caldo, poner como un trapo, poner a caer de un burro
    De todas estas formas las malas lenguas acaban poniendo a aquellas personas en las que hacen presa. Hablar muy mal de alguien, independientemente de que tenga o no razón.
  8. Cantar las cuarenta
    Es una expresión de un juego de naipes muy popular: el tute. Es la jugada de más valor, de modo que el equipo que las canta es normalmente el vencedor; el otro equipo se suele declarar vencido y tira las cartas. Le cantamos las cuarenta a alguien cuando le decimos crudamente lo que pensamos y ponemos fin de esta forma a algún asunto o relación.
  9. Sacar los trapos sucios
    Publicar a los cuatro vientos los secretos vergonzantes, lo que no se debe saber ni menos decir públicamente.
  10. Sacarle los colores a alguien
    Avergonzarlo mediante nuestras palabras, haciéndole notar sus faltas.
  11. No tener pelos en la lengua
    Decirlo todo, por duro que sea; no morderse la lengua jamás.
  12. Leer la cartilla
    Recordarle a alguien cuáles son sus obligaciones, reprobarle no haberlas cumplido.
  13. Comer el coco
    Seducir mediante palabras, hasta hacer pensar a otro como uno quiere.
  14. Hablar en plata
    Decir las cosas tal y como son, sin temor a los tabúes o palabras malsonantes.
  15. Las cosas claras y el chocolate espeso
    Para no llamarnos a engaño después, es mejor aclarar punto por punto las cosas, y evitar los sobreentendidos. Porque el buen chocolate tiene que ser espeso, como las cosas tienen que quedar claras. Porque al pan, pan, y al vino, vino: hay que llamar a las cosas por su nombre.

Fútbol

Debería haberse llamado balompié, como el baloncesto se llamó baloncesto. Con un compuesto humilde, claro y significativo: balón + pié. Pero la palabra fútbol poseía una potencialidad mágica: era opaca e impronunciable; así que ganó por goleada. Fútbol, ese término de obtusa fonética; fútbol, pronunciado “furbo”, “fúrbol”, “fuzbo”, “fúzbol”, “fúbol”, palabra importada del inglés cuando apenas nadie conocía esa lengua, e inmediatamente bautizada con la ortografía española, arrastrando a córner, penalti, míster o gol. Como los toros, el fútbol es una pasión común al mundo hispánico: Argentina, Méjico, España, Uruguay, Colombia… Diría incluso que más que los cuernos de los toros y el traje de luces, son las botas de tacos y el balón de reglamento los que pueblan los sueños de muchos chavales que todavía hoy en el mundo hispánico quieren escapar de la miseria o del anonimato y ganar dinero y fama, que más cornás da el hambre. Como los verdaderos caballeros: honor y fortuna. La épica, aunque muchos no consigamos vérsela ni a uno ni a otros, ha pasado de los toros al fútbol.

He aquí unas muestras de la huella contundente de su bota en el terreno de juego de la lengua diaria:

  1. Casarse de penalti
    Durante mucho tiempo, estuvo muy de moda esa frase, casarse de penalti, quizás porque la realidad a la que alude era también más frecuente. Se dice de los que se casan cuando ya esperan un hijo, muchos obligados por las circunstancias y para cubrir lo que otros entienden como una falta.
  2. Fuera de fuego
    Ese misterio incomprensible para profanos del reglamento futbolístico, el “fuera de juego”, que tiene, como todo misterio que se precie, su propia liturgia y sus propios sacerdotes y víctimas, ha dejado una frase en nuestra lengua (que usamos hasta los no iniciados): Dejar en fuera de juego a alguien es dejarle inmóvil, sin posibilidad de reacción.
  3. Echar balones fuera
    En una conversación, echa balones fuera el que finge no entender lo que se le pregunta, el que quiere esquivar un tema problemático, el que, conscientemente, se va por las ramas e incluso sale por los cerros de Úbeda, porque lo que quiere es echar el balón fuera, evitar un peligro claro.
  4. Hacer un regate
    Hace un regate, sin llegar quizás a echar balones fuera, quien sabe esquivar una situación difícil en una conversación; quien elude una pregunta malintencionada, o una alusión maliciosa. Quien sabe salir airoso de una situación de acorralamiento verbal.
  5. Sudar la camiseta
    Suda la camiseta el que cumple sobradamente con su trabajo, aunque no consiga los resultados apetecidos. Suda la camiseta el que tiene más moral que el Alcoyano, aquel equipo de Alcoy que en la única temporada que jugó en primera división, en un partido más, iba perdiendo por un montón de goles y todavía los jugadores se jaleaban y animaban los unos a los otros, hasta el último minuto de partido.
  6. Colgar las botas
    Cuelga las botas
    el que se jubila, el que deja su trabajo o actividad, sea ésta o no jugar al fútbol. Esta frase está comiendo el terreno de su equivalente taurina cortarse la coleta, pues los toreros, mientras estaban en activo, se dejaban crecer un mechón de cabello que se recogían atrás: la coleta; últimamente, según tengo entendido, los toreros se ponen una coleta postiza.
  7. De segunda división
    Algo es de segunda o tercera división (o de regional preferente) cuando no es de primera calidad, cuando pertenece o se considera de categoría inferior. Así, cuando queremos decir que algo no es bueno, decimos que es de segunda división, y ese algo puede ser una cosa física, un objeto, o no: también hay amores, amistades y otras cosas sutiles que son de segunda división
  8. Quedarse en el banquillo
    Es casi la expresión equivalente a la taurina ver los toros desde la barrera, o sea: no participar del espectáculo, no ser protagonista, no intervenir en la acción. Pero, claro, las agudas astas de los toros son bastante más peligrosas que la redondez de la pelota, por muy de reglamento que sea. Por eso, en la expresión taurina hay también una acusación de cobardía, no así en la futbolística. Quedarse en el banquillo o, peor, chupar banquillo, significa que a uno no le dejan participar en algo, que alguien no lo considera apto para hacer algo, o que hay otros más aptos que él.
  9. Jugar en campo contrario
    Significa estar en desventaja, no tener apoyos, tener que actuar con la gente en contra
  10. Meter un gol
    Meterle un gol a alguien, colarle un gol a alguien, consiste en obtener de él lo que se pretende, sin que se dé cuenta, y a veces con engaños: “Vamos a ver si les metemos un gol a tus padres, y nos dejan el coche” O también significa obtener ventaja sobre alguien considerado un rival: “¡Menudo gol que le acabas de meter! Ya nunca se atreverá a hablar mal de ti. También utilizamos la expresión ganar por goleada, cuando la victoria sobre algo o alguien es muy abultada.

Fauna ibérica

Dicen que la fauna ibérica es muy rica, que en tiempos de los romanos la península era un gran bosque que una ardilla podía recorrer de árbol en árbol y sin bajar a tierra. La verdad es que muy pronto dejó de ser así, pero no por ello los animales, domésticos o salvajes, dejaron de percibirse como algo familiar y presente. Éstos que aparecen aquí son endémicos de la lengua española, y difícilmente se podrá encontrar un equivalente literal en otras. Son tantos que esta página es sólo una primera selección, con las expresiones más comunes que se inspiran en los animales también más cercanos. Hemos eliminado aquellos que se basan en analogías muy evidentes (cobarde como una gallina, astuto como un zorro, gordo como una vaca, fuerte como un toro, etc.) y hemos escogido algunos de los más curiosos o sorprendentes, dentro siempre de los más comunes en el corral de la lengua.
  1. BURRO Más perdido que un burro en un garaje
    Se dice cuando alguien se siente fuera de lugar y un poco torpe, y quizás también fuera de su tiempo.
  2. CABRA Estar como un cabra
    Las cabras son animales de habilidad pasmosa, capaces de escalar, trepar y hacer números de circo, pero de comportamiento impredecible. Por eso, cuando alguien hace cosas poco normales, sin lógica y de forma un tanto alborotada, decimos que “está como una cabra”; si la cosa llega a mayores, se puede decir: “Está como una cabra loca”.
  3. GATO Buscarle tres pies al gato
    Se dice cuando alguien, con un exceso de suspicacia, pretende ver oscuras o inconfesables motivaciones donde no las hay. Por qué tres y no cinco, que sería lo lógico hablando de gatos y de pies, es un misterio que la ciencia aún no ha resuelto.
  4. LIEBRE Donde menos se espera salta la liebre
    Animal esquivo donde los haya, la liebre aparece y, sobre todo, desaparece a su antojo de la vista de los que caminan por el campo, incluidos los cazadores. Por eso, aunque sólo sea para verla, hay que aprovechar ese fugaz golpe de fortuna. Esta frase la dice aquel que es optimista por naturaleza, pero se puede usar también para consolar a alguien que ha tenido últimamente una mala racha.
  5. MOCHUELO Cada mochuelo, a su olivo
    Cuando después de una reunión o una fiesta la gente se despide y cada uno se va a su casa, se dice que “cada mochuelo, a su olivo”. Parece ser que, al menos según nuestra lengua, el mochuelo es un animal solitario, porque si la gente se va en parejas, se cambia de animal, y se dice:
  6. OVEJA Cada oveja con su pareja
    Este dicho no sólo se emplea para las despedidas intempestivas y multitudinarias, sino, sobre todo, para significar que las personas eligen compañía buscando su semejante.
  7. MOSCA Ser una mosquita muerta
    Las moscas son pertinaces e inteligentes y, además de molestar y esquivar como nadie golpes y manotadas, saben simular su muerte. Uno ve una mosca patas arriba y piensa que está muerta y ha dejado de molestar; sin embargo, la mosquita muerta resucita y vuelve a la carga. Se dice de las personas que parecen inofensivas y simples y no lo son en absoluto.
  8. PERRO Más raro que un perro verde
    Hay perros de todos los tamaños, pero no de todos los colores; un perro verde es un animal que el ojo humano no ha contemplado todavía. Por eso este dicho se aplica para encarecer las rarezas y peculiaridades de las personas, que nos las hacen incomprensibles.
  9. PIOJO Más raro que un piojo bizco
    El piojo bizco es el compañero de juerga del perro verde.
  10. POLLO Montar el pollo
    Protestar muy airadamente; montar un escándalo. El origen de esta expresión es misterioso, y quizás se deba al “revuelo” que se forma por la dificultad de atrapar uno
  11. VACA Más pesado que una vaca en brazos
    Un modo claro de encarecer la pesadez de una persona que no para de molestarnos con sus preguntas o su sola presencia es decir de ella que es “más pesada que una vaca en brazos”. Imagínense.
  12. LOBO ¡Menos lobos, Caperucita!
    Alude al cuento conocido cuento de Caperucita y el lobo, y se dice cuando no nos creemos lo que alguien cuenta o la disculpa que nos da; también se emplea para referirse a una persona que se da más importancia de la que tiene.
  13. MONO ¿Tengo monos en la cara?
    Hay gente descarada que no tiene ningún pudor en mirar fijamente a los desconocidos. Si esto nos ocurre y ya no aguantamos más, podemos permitirnos el lujo de ser muy descorteses y decirle esta frase maleducada al maleducado que nos mira.